sábado, octubre 28, 2006

APUNTES SOBRE EL SISTEMA EDUCATIVO

El fin de semana pasado fui a visitar, como es costumbre desde hace un año, a mi ahijado de dos años y medio de edad con el fin de jugar con él y de esta forma hacerle la guerra a la abulia que se impregna en el cuerpo como el calor en las tardes del domingo en Barranquilla. La noche con su oscuro manto cubría paulatinamente la ciudad y las luces se fueron haciendo tan intensas como la conversación de mi compadre y yo acerca de los resultados parciales de la jornada futbolera. Estábamos en esas cuando una jovencita de aproximadamente veinte años de edad toca a la puerta. ¿Cómo estas Joseph?- le preguntó a mi compadre-. “Vine a informarte que ya hablé con mi mamá para el cupo de tu hijo y me dijo que no había problemas”. Qué bien – dijo mi compadre.

El compadre me comenta al instante que la madre de la muchacha tiene un hogar infantil y que si mi ahijado logra matricularse en éste, al terminar la etapa del jardín, puede convertirse en uno de esos afortunados infantes que obtienen esa joya llamada “Cupo en escuela pública”. Es que mi compadre y yo somos defensores acérrimos de la educación pública, pero más que todo, protectores innatos de nuestros bolsillos. ¿Y que curso esta haciendo el ahijado?- pregunté a quema ropa- No lo sé- me dijo el compadre- Como ahora el pelao tiene que hacer una cantidad de grados con toga y birrete para entrar a la primaria.

No es una broma lo que les digo, pero no creo que un padre de familia por mucha preparación que tenga, se sepa de memoria los grados que cursa un niño desde los dos a los cinco años de edad antes de llegar a la primaria. Creo que es más fácil aprenderse los rangos del Ejército o la Policía Nacional (coronel, capitán, teniente), y lo que es peor: ¿Cuál va primero? Es que los hombres podemos aprendernos por ósmosis el reglamento de cualquier deporte con sólo ver SPN o Fox Sport, y en menos de un mes llegamos a ser hasta comentaristas, pero hay terrenos a los cuales se nos está vedados. Los varones, en todo el sentido de la palabra, solo sabemos los colores primarios: Amarillo, azul, rojo, verde. Ninguno de nosotros sabe cual es la diferencia entre el fucsia y el rosado y este último lo distinguimos porque es el color de la Pantera Rosa.

Para no desviarme del tema, la pedagogía de hoy dista mucho de la de nuestros tiempos. Mi padre, por ejemplo, es ambidiestro. Y eso no lo logró a base de esfuerzo. Sus maestros notaron que él era zurdo o siniestro (el que es derecho es diestro, luego entonces el que es izquierdo es siniestro) y para esa época escribir con la izquierda era una muestra absoluta de falta de urbanidad, por lo que procedían a atarle el brazo izquierdo mientras aprendía a hacerlo con la derecha. Ahora recomiendan los psicopedagogos, que al niño hay que dejarlo que explore para que aflore su verdadera personalidad y encuentre los rasgos característicos que van a ser definitivos en su vida.

El sistema de calificación era mucho más exigente; del uno al diez y para aprobar la asignatura era necesario sacar seis. Ahora se puede decir que los estudiantes son tratados con guante de seda: calificación por logros alcanzados. ¿Logros? Logro era cuando el profesor Tejada “lograba” asestarme un 5,5 en química y la sola idea de perder el área, química y física, hacía que el mundo se nublara a mi alrededor. Ahora todo es Internet, fotocopias y paseos a las fincas para conocer la producción de leche y la agricultura. En mis tiempos las fotocopias valían más que el libro. Los trabajos eran pasados a mano o a máquina y no te los fusilabas de la página web. No existía los llamados e-mail y los apuntes de los compañeros no viajaban por el ciberespacio ; eran recogidos a pleno sol en bicicleta en las casas de los integrantes del grupo.

No vallan a pensar que esto es una diatriba en contra de los estudiantes de hoy. No, porque nosotros también tuvimos tarde de buchácara, cervezas en la “Osmy”, paseos a Belén y Palo Alto con estofado de carnero incluido y suspiros por una compañerita de curso que nos traía de cabeza con su caminar de palmera movida por la brisa, aunque para desgracia nuestra, no existían los descaderados. Algunas veces nos echamos la leva o capamos clase, como dicen los cachacos, y flirteábamos con las materias vocacionales a las que mis amigos llamaban “ vacacionales” porque el profesor sólo venía a echar carreta.

Hace ocho años fui al colegio del cual egresé. Pasé a saludar al mejor maestro que haya tenido jamás: El profesor Eduardo Torregrosa. Lo encontré en su hábitat natural en medio de tantas mentes ávidas de aprender, en un aula enseñando su eterna clase de geografía. Me saludo con decoro y me tendió una cerca de brazos. Me dijo- Calixto, podrías decirle a mis estudiantes cuales son las cinco colinas de Grecia? – Claro que si, le respondí sin titubear- “Olimpo de la Osa el pelión le pegó a Parnaso y le partió la jeta”. Las risas de los alumnos no se hicieron esperar. Eduardo los calló con la mirada mientras yo, en medio de ese silencio inspirado por el respeto del profesor, les dije tajante: “De esa forma me enseñaron que las cinco colinas de Grecia son Olimpo, Osa, Pelión, Parnaso y Taigeto”¿Verdad profesor?
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miércoles, octubre 25, 2006

EL PROCESO DE SER YO

La luz del mundo exterior me sorprendió, según cuenta mi madre, la madrugada de un 7 de agosto del año 1971. Literalmente al nacer hice mi agosto. Mis padres me entregaron a mi abuela materna para que se encargara de mi crianza e inculcara en mí el deseo de superación. Era la "Vieja Lumi" una trabajadora incasable, una soñadora insaciable y a pesar de haber cursado solo el quinto año de primaria, un manantial de conocimientos. Con el mismo amor con el que asaba sus galletas, nos contaba a mi hermano y a mi, historias de princesas y duendes, de demonios y ángeles, en esos primeros años de mi vida. Era su forma de enseñarnos lo bueno y lo malo del mundo sin sospechar que me estaba sembrando el amor por la lectura.

Desde los 7 años de edad tuve que llevar el pan a mi casa. Por las calles de San Marcos vendí todo lo que se podía vender: caballitos, cocadas, galletas, bocadillos, natillas y esos bombillos enormes llamados calabazas que mi abuela cultivaba en el techo de palma amarga de nuestra casa. No se cómo le hacía, porque siempre tuve tiempo para ir a jugar trompo y bolita de cristal en la esquina de Humberto Pupo y para ir a estudiar a la escuela del profesor Ismael, cuyo nombre era “Escuela Modelo”, lo que guardaba mucha similitud con la cárcel que en Colombia se llama de la misma manera, por el rigor y la severidad con que nos enseñaba las primeras letras.

Fue en los albores de los ochenta que mi padre, parrandero y mujeriego inveterado, le pidió a mi abuela que me dejara vivir con él en Tuchín Córdoba por un tiempo muy corto. Eso fue como hacer mis pasantías de hijo. Mi progenitor tenía un próspero negocio de vender “sombreros vueltiaos, de esos que comercian los famosos Tomas y Jerónimo Uribe en el exterior. Mi papá, precursor del negocio de los delfines, compraba a quinientos, y vendía a diez mil o quince mil, dependiendo del marrano más que de la calidad del producto. Aún no me explico como el viejo quebró un negocio tan rentable como aquel.

Estando en bancarrota mi padre decidió volver a la finca de su madre en los límites de los departamentos de Antioquia y Córdoba de donde la “vieja Lumi” me sacó con el pretexto de que se iba a morir sin verme. Lo que parecía una excusa se convirtió en una cruenta verdad: Mi abuela falleció y yo me quedé sin mi ángel protector. Lo que ignoraba era que el destino me tenía designada una madre sustituta. Fue así como una noche caliginosa llegué a la casa de “Soco” o de la seño Socorro Meza, como todos la conocen en San Marcos. Ella me dio el punto de apoyo que yo necesitaba para mover el mundo. Ella es un ángel disfrazado de mamá y yo seré, aunque no salí de sus entrañas, por siempre su hijo.

Terminados mis estudios de Bachillerato en el Colegio San Marcos empaqué en la maleta mis sueños e ilusiones y vine a parar a la Universidad del Atlántico. Lo demás es historia. Gracias a la luz del faro de mis amigos, el apoyo de Soco y el recuerdo de mi abuela terminé Contaduría Pública. Actualmente vivo en Barranquilla a orillas del mar Caribe y soy un hombre feliz porque encontré el amor en los ojos y la sonrisa de Marlene. Ella es la mitad de mi vida, la mujer de mis sueños y tengo planeado vivir con ella el resto de mis días.
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